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lunes, 18 de agosto de 2014

Los Maestros de nuestros Abuelos


                                         La foto ha sido enviada por una vecina que prefiere quedar en el anonimato

Corrían los primeros años del siglo XX en Otura. La actividad principal era la agrícola siempre al servicio del cacique predominante. En el caso de Otura se trataba de D. José Porras hijo, heredero de tierras y gran fortuna que su padre había amasado ya que fue representante del Banco de España en Cuba. Le compró las tierras (medio pueblo) al Marqués de Dílar, ya anciano y acuciado por las deudas.
Los niños de la época no tenían una escuela propiamente dicha sino que daban clase, los afortunados que podían asistir, en casa del secretario local. Esto duraría hasta que las nuevas escuelas de la estación estuvieron terminadas. Hemos de citar con gran orgullo al maestro D. Gregorio Salas, aparte de ser también alcalde durante un breve período de tiempo, por su buen quehacer docente y su gran humanidad. Aún recuerdan algunos el primero de abril de 1939. Plaza de España, la radio en el balcón del ayuntamiento, gran cantidad de soldados descansando y curando sus heridas esperando ansiosos el “parte de guerra” hasta que, por fin, se oye la gran noticia…”la guerra ha terminado”. La alegría fue indescriptible, con lágrimas y risas a la vez, gorros al viento y la seguridad de volver pronto a sus casas. Otura, y sus niños, volverían a la rutina de pueblo pequeño, tan solo alterada por los cruentos “ajustes de cuentas” del bando vencedor. Fueron años de miedo, de miseria, de hambre….aquellos niños y niñas encallecieron sus manos y sus almas demasiado pronto, obligados por la necesidad tuvieron que trabajar duro para procurarse el sustento porque con el estómago vacío es más difícil abrir la mente. Cabe resaltar la labor docente de Dª Eusebia, de Dª Expiración, de D. Miguel y, especialmente, de D. Isidro Adarve. Este último apaciguó muchos estómagos vacíos y procuró calzado a muchos niños y niñas que lo necesitaron. Aunque tenía familia numerosa, no fue obstáculo para abrir su enorme corazón a las muchas necesidades de la pos-guerra y, aparte de su función de maestro, también escribía regularmente para la prensa granadina.
Hubo, por aquella época también, dos clases para alumnos algo más mayores ubicadas en los bajos de la casona de la calle de la Acequia, frente a la taberna Fedón, junto al antiguo matadero; era la casa de “Paco Juanica”. Estas necesidades académicas fueron cubiertas en numerosas ocasiones por alguna donación del General Isidro Ros Muller aunque la función de su hermano el coronel José Ros Muller dejó mucho que desear. Para muestra un botón: al ser dueño de la Ollería, entre calle Real y calle de los Marjales, se apropió de una placeta de titularidad pública existente en la desembocadura de lo que hoy es llamado “el callejón del cuatro”. Debido a esa usurpación, hoy conocemos este callejón con esa fisonomía tan peculiar.

Gracias a todos aquellos maestros y maestras que enseñaron a los que pudieron a leer y a escribir, a hacer labores propias del hogar e importantes en la época para poder subsistir, a respetar y ser respetados. Gracias por enseñarlos a ser hombres y mujeres porque, a pesar de las tremendas carestías en plena pos-guerra, siempre tenían una sonrisa para regalar y una nueva lección que enseñar.

7 comentarios:

  1. Muchas de esas cosas me las contaba mi abuela. Gracias por recordarlas porque también me acuerdo de ella y de la infancia que me contó.

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  2. Gracias. Habro todos los días el loro sólo por encontrarme con artículos como este.

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  3. Un reto al loro sería posible un artículo con los bares antiguos de Otura sus características y sus tapas

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  4. Mi padre cuando íbamos a Otura,vivo fuera de Otura, me llevaba a un pequeño bar que había sobre los años 60 a la derecha de la entrada parque que andadura las rica de tapa

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  5. Yo recuerdo cuando mi padre cuando iba al medicina muy temprano para sacar número para mi después iba al repica viejo. Pero que abría a las 6 de la mañana

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  6. No ha sido Otura un pueblo que en antaño hubiese muchos bares y que se desplazasen de la capital por sus tapas o por ser típicos.

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  7. Pero el choto del chato estaba riquísimo

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