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Andalucía
Jesús Páez
Licenciado en Ciencia de la Empresa
Yo fui
catalán durante un tiempo. Bien es verdad que fue un tiempo bastante corto y
que de ello hace bastantes años. Pero cuando llegué por vez primera a la
estación de Francia pensaba que era para siempre y, unos años más tarde, cuando
salí de Catalunya lo hice pensando en que, cumplido mi compromiso -no más de
tres años- volvería a la barriada de El Fondo de Santa Coloma de Gramenet en
donde reconectaría con mi vida y con mis padres, mis hermanos, mi novia, mis
amigos, mi trabajo; con la gente de la JOC, con los compañeros de aquellas
CC.OO que daban los primeros pasos cuando me fui; seguiría con Grama y a lo
mejor me hubiese dedicado al periodismo; muy probablemente me casaría con una
catalana con raíces más o menos profundas y tendríamos ‘catalanitos‘.
El barrio de El Fondo, de Santa Coloma de Gramenet, a principio de los años 60 |
Cuando
salí de Catalunya, salvo una hermana y su familia que nunca salieron de
Andalucía, las personas que me importaban eran catalanes. La mayoría de ellos
formaban parte de “Els altres
catalans” que les llamó Candel, pero también me
importaban otros con muchas generaciones catalanas a sus espaldas. Todas esas
personas que me importaban siguieron estando allí y, por quedarme en lo
familiar, salvo mis padres que ya fallecieron, allí siguen y viven mis hermanos
y sus hijos y los hijos de sus hijos. Cuando terminé con el compromiso que me
llevó a dejar El Fondo, a dejar Catalunya, por razones que no vienen al caso,
no volví.
El Camino Fondo, en los años 60 |
Deben
haber pasado unos 45 años de esto que les digo y todavía comento algunas veces
que en Catalunya “me hice un hombre” y no precisamente en la mili. En
Catalunya, a la que llegué cuando iba a cumplir 17 años, tuve mi primer
trabajo, tuve mi primera novia, tuve mi primera huelga, leí mi primer libro no
escolar –El coraje de vivir– fui a mi primera manifestación, lucí
mis primeros verdugones, aquellos con que obsequiaban los
grises a
quienes íbamos a pasear por la
Vía Laietana; viví mis primeras retenciones en una comisaría de Badalona; allí,
en Catalunya conocí la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y en ella me involucré;
desde allí, desde El Fondo, hice –con más miedo que vergüenza– mi primer viaje
al extranjero –nada menos que una semana en París– a recibir un curso sobre
sindicalismo; tuve la ¿osadía? de ir a la Plaça de la Vila para oír e intentar
aprender a bailar la sardana; allí conocí el sexo con una joven catalana y yo
diría que catalanista; en aquel barrio feo, con viviendas hechas de cualquier
manera en terrenos en donde aún estaban las cepas de lo que había sido una
viña, me volqué en el afianzamiento y extensión de la JOC en Santa Coloma de
Gramenet. Aún no habían llegado los Sayrach, Perico, Antonijoan y demás curas
que, con su hacer y su estar, contribuyeron a remover tantas cosas en aquella
Santa Coloma con cada vez menos catalanes de origen y que, como tantas otras
localidades empezando por la propia Barcelona, recibían oleadas de charnegos que
hartos de miseria y ávidos de vida desbordaban día tras día todas las
previsiones en tantos y diferentes sentidos. Aquellos curas
obreros de
Santa Coloma, no sé
si por curas o por obreros, significaron una potentísima inyección de vitamina
educativa y movilizadora de aquellas novísimas huestes trabajadoras que
llegaban a Catalunya para quedarse. Y yo tuve la gran suerte de coincidir con
ellos y con Adonio y con Parra y con tantos otros.
1.971.Póster promocional de la revista "Grama" |
Barcelona
y su área metropolitana hervían o más bien fermentaban y la lucha obrera, la
lucha estudiantil y, en general, la actividad política, eran frenéticas y, a
los que de alguna manera participábamos en ella, nos parecía imparable. Además
del trabajo, del fútbol en la Gramanet, de la dedicación a la Joc, de los
guateques, el cineforum y
alguna que otra excursión, había que echar una mano a la implantación y
extensión de CC.OO. a repartir octavillas cuando tocaba y no perderte nada de
lo que se movía. En especial si lo que se movía perseguía acabar con la Dictadura. Estuve
en los inicios de la, con el paso de los años y del buen trabajo de muchas
personas, mítica revistaGrama. Para ella me atreví a escribir una cosita
que por cierto fue censurada por ese ministerio que dirigía el muy
demócrata Fraga
Iribarne. Sí, el Don Manuel, el de “la calle es mía” y que, como era suya, la
limpiaba cómo y cuando quería. Incluso a tiros.
Toda
esa realidad la viví de sopetón, casi de un trago, en una edad que va desde los
17 a los 25 años –mili de 13 meses incluida– y en una gran urbe, industrial,
industriosa, moderna, bulliciosa y que reventaba por todas sus costuras.
Viniendo de pasar cinco años en un internado de frailes, al que había llegado
con 11 años desde un pueblo andaluz grande y con historia pero atrasado y
pobre. Se dice que lo que
no mata engorda. En mi caso ese atracón de realidad. De
esa realidad vivificante, sugestiva, fascinante, atractiva y, a la vez, cruda,
rigurosa, inclemente, excesiva y hasta violenta, me hizo persona y adulto de
golpe y porrazo. El
proceso de convertirse en persona de Carl
R. Rogers que leí muchos años después se queda como un juego de niños. Tengo
claro que de no recalar en aquella Catalunya que se preparaba para entrar en la
década de los 60, no hubiese sido el que soy. Y confieso que estoy contento de
ser la persona que soy.
Jesús Páez en Mostserrat |
Yo no
sé contar chistes, no sé bailar sevillanas, no voy a romerías, procuro esquivar
las semanas santas; me hacen poca gracia Los Morancos o mi paisana Paz Padilla;
Canal Sur TV, me produce bastante vergüenza y, para colmo, nunca he votado al
PSOE ni he
cobrado el PER. Sin embargo nadie duda de que soy andaluz o, como poco, que
vivo en Andalucía desde que los fenicios se paseaban por aquí. Y sí, me cabreo
con los estereotipos y sambenitos que se cuelgan sobre los andaluces, procuro comprar
productos andaluces y miro las etiquetas para cerciorarme; espero con ilusión
la nieve en Sierra Nevada, me gustan las playas de Huelva, conocer parajes
extraordinarios de Sierra Morena, rutear por los pueblos blancos de la sierra de
Cádiz en temporada baja, ir sin prisas a la Axarquía de Málaga; cómo no me va a
gustar la Alhambra o la Mezquita de Córdoba –aún inmatriculada por la Iglesia–
o la Giralda o el Caminito
del Rey o un
buen cante hecho por derecho alrededor de una mesa camilla. Pues claro que me
gusta y me emociona y me hermana con otros. Pero eso también me pasa cuando
escucho algo de Pau Casals o contemplo tantos rincones preciosos de la Vall
d’Aran (aunque
ahora quiera ser una nación independiente de 10.000 habitantes) o cuando subía
al Pedraforca esa zona tan emblemática de Catalunya.
No creo
que de haber vuelto a Catalunya hubiese trabajado tantas horas y poniendo tanta
voluntad como lo he hecho viviendo en Andalucía y es muy probable que en
Catalunya me hubiese sido más sencillo y contado con más recursos y apoyos para
obtener los mismos o mejores resultados. Pero me quedé en Andalucía aunque me
gustaba Catalunya y allí tenía a mi familia, muchos amigos, un entorno
estimulante y contaba con un Master de la hostia.
Conforme
se va acercando el 27-S me pregunto más insistentemente: de haber vuelto y
hecho mi vida como otro catalán más y vivir con pareja, hijos y nietos
catalanes en la Catalunya de hoy ¿ yo sería independentista? Hasta ahora mismo
me contesto: creo que no. Y de la mano del Sr. Mas, es decir de Convergència,
desde luego que no. Y ¿estoy contento con la España cañí y con este oligopolio
de vendedores mediocres y carpetovetónicos que llevaron el Estatut al TC y con
lo que este –metido en política la mayoría de las veces– dictó? Pues
tampoco. En absoluto.